
De los majuelos familiares a la viticultura con propósito
Rodrigo Martínez, viticultor y divulgador de Baños de Valdearados (Burgos), es una de esas voces que conectan con la tierra desde la autenticidad. Su proyecto Mingarra aúna viña, biodinámica, educación y sensibilidad por un territorio que conoce desde niño.
“Mi historia empieza en los majuelos familiares. En verano ayudaba a mi padre con los tratamientos, y en invierno a sarmentar los palos que él podaba. Nunca me enseñó a podar, pero sí a mirar la viña con respeto”, recuerda Rodrigo con emoción. Y añade: “El vino es transversal, saca lo mejor de las personas. No sabría quién sería sin él”.

El valor del vino como identidad y herramienta educativa
Para Rodrigo, la viticultura en Burgos no es solo una actividad económica, sino una seña de identidad profunda: “Burgos es raíz. Lo que no se ve pero sostiene todo lo demás. Poca gente asocia Ribera del Duero con Burgos, y aún menos conoce la riqueza de Arlanza. Pero ahí estamos”.
Como educador, tiene claro el reto: “Hacer entender que el vino mantiene vivos nuestros pueblos. Si conseguimos eso, ya hemos ganado. Luego, si quieren, hablamos de taninos”.
También cree que la educación sobre el vino debe abrir la puerta a nuevos públicos: “Tenemos la oportunidad de atraer a la gente de la ciudad, contar nuestras historias y mostrar cómo cada pueblo tiene su carácter”.
Terruño burgalés: magia, historia y futuro
El clima extremo, la altitud y los suelos diversos de Burgos imprimen carácter a sus vinos. Pero hay algo más: “En Burgos aún puedes pasear una viña y pensar en el vino que hacían tus abuelos. Pocos lugares tienen esa magia”.
Sobre el futuro del sector en la provincia, Rodrigo cree que está despertando: “El vino burgalés es un animal que llevaba tiempo a la sombra. Hoy la gente busca autenticidad, conexión humana. Y en eso llevamos ventaja”.
Tendencias, sostenibilidad y un vino afilado
Entre las tendencias más interesantes, destaca la reivindicación de la identidad local: “Antes nos daba vergüenza hablar de nuestros pueblos. Ahora es nuestra mejor carta de presentación”.
También reflexiona sobre la sostenibilidad: “No puedo no ser sostenible si paso horas en la viña. Lo ambiental es innegociable. Lo económico… a veces se tambalea por exceso de romanticismo. Lo admito”.
¿Y si solo pudiera elegir un vino para siempre? Rodrigo lo tiene claro: “Una manzanilla. Salina y punzante. Siempre hay crianza biológica abierta en casa”.

Una vida entre viñas y viajes
Con sentido del humor, recuerda su llegada a Burdeos en 2019: “Fui con mis Chiruca mientras todos llevaban botas de agua. A las 08:15 entendí por qué. Aún guardo esas botas con cariño”. Y añade entre risas: “Las primeras semanas me llamaban Ricardo, Rodrigo era demasiado difícil”.
¿Una copa soñada? “Con Javier Krahe. Escogería un vino ácido, afilado, como su humor”.
Un consejo para quien empieza
A quienes se acercan por primera vez al mundo del vino, les lanza una advertencia con una sonrisa:
“Que tengan cuidado. Es un viaje sin retorno. Que pregunten, viajen, abran botellas. Si creen que no hay un vino para ellos, es porque no han buscado lo suficiente”.
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